PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE MURCIA 2006
ANTONIO SÁNCHEZ CARRILLO
IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI
MURCIA, 6 DE ABRIL DE 2006
Desde la
torre de la iglesia de Patino se divisan las cúpulas de la Arciprestal del
Carmen; un poco más a su derecha, el final del imafronte de San Juan, y en el
medio, la hermosa torre de nuestra Catedral, que quiere arañar el cielo de esta
Murcia barroca y nazarena que al llegar abril rasga el infinito, como si se
tratase de las cortinas del templo, para anunciar que Jesús entra en esta
Jerusalén huertana.
A la vera de la patiñera iglesia, las imágenes de nazarenos
"coloraos", "moraos", magentas, de pañuelos de seda multicolor a la cabeza, de
almidonadas enaguas, enormes buches, esparteñas y estante, pasaban ante la
puerta de la casa de "El Rojo", mi padre. Eran las tardes de un Lunes Santo, del
Miércoles o la hermosa madrugada de un Viernes.
Nazarenos huertanos, hombres hechos y derechos, llamados a cargar sobre sus
hombros las varas y tarimas de nuestros tronos con las imágenes de Bussy, de
Sánchez Lozano, de Salzillo.
A ellos, a quienes desde la fe y la tradición, a los que
llegan desde la huerta o la capital, desde el orgullo y el sentimiento, desde el
amor y el esfuerzo, desde la penitencia y el silencio... sienten a Murcia
vistiendo una túnica, es decir, a LOS NAZARENOS, quiero dedicar este pregón.
Excmo y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Cartagena-Murcia, don Juan Antonio Reig Pla; Ilmo. Sr. Alcalde de Murcia, clon Miguel Ángel Cámara Botía; Sr. Presidente del Cabildo Superior de Cofradías e la Semana Santa de Murcia, don Antonio Ayuso Marques, Excmas e Ilmas. autoridades, civiles, militares y religiosas; Srs. Tenientes de Alcalde y Concejales del Ayuntamiento de Murcia; Sr. Presidente de la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María Santísima de los Dolores, clon Ángel Galiano Meseguer; señoras y señores Presidentes y Hermanos Mayores e las Cofradías y Hermandades murcianas, nazarenas y nazarenos de nuestra Semana Santa, señoras y señores, buenas noches.
Sean mis palabras en primer lugar de sincero agradecimiento a
la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María Santísima de los
Dolores, a su presidente y Junta de Gobierno, por proponerme como pregonero de
la Semana Santa de Murcia del año 2006, agradecimiento que hago extensivo al
Cabildo Superior de Cofradías por ratificar dicha propuesta haciéndome uno de
los mayores honores que como murciano, huertano y nazareno podía aspirar.
Permitidme en este instante que tenga un especial recuerdo a
la figura de Juan Pedro Hernández, de mi amigo Juan Pedro. Sé que desde los
confines del infinito estará junto a Pepe Carmona, Ramón Sánchez Parra, mi
madre... y tantos y tantos amigos y nazarenos que se fueron para siempre
ocupando un banco de privilegio para escucharme piropear a Murcia y a su Semana
Santa. Juan Pedro, esta noche te llevo junto a mi corazón.
En el horno de mi casa, la Semana Santa tenía aromas a monas
con huevo recién hechas, a panecillos cuyo destino serían las senas de no pocos
nazarenos. Desde mi niñez, la retina se me ha llenado de colores de túnicas que
desde Patiño, predominando el "colorao", salían con destino a la Murcia
nazarena.
Yo no tengo más méritos para ser pregonero de esta Semana
Santa que mi condición de nazareno, de murciano, de camarero de "pasos", de
enamorado e la costumbre, la fe y tradiciones de mi pueblo, de mis gentes, de mi
tierra.
Por eso espero junto a la entrada al Huerto de los Cipreses,
en el Malecón, el paso del Señor del Gran Poder, ese Cristo de los toreros al
que pasean a hombros por el ruedo de la pasión Pepín Liria, Rafaelillo, Pepito
Soler, Pepe Moreno, Alfonso Romero... y escuchar cómo una voz quiebra el
silencio en la que bien podría ser la primera saeta que suena en nuestra Semana
Santa.
Es Viernes de Dolores y la Semana Santa de Murcia se mira en
el infinito y éste, como si fuera un espejo, le devuelve sus tonos para que
desfile con ellos la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María
Santísima de los Dolores. La pasión, según la entiende esta ciudad, ha
comenzado.
Jesús se convierte ante el dolor de su madre en amparo de los
marcianos. Cristo, desde la cruz, abre sus brazos buscándonos en el callejero y
sale a nuestro encuentro para redimirnos.
En su peregrinar, lo vemos cómo es flagelado; ante Pilatos;
convertido en Gran Poder camino del Calvario; encontrándose con las Santas
Mujeres; acompañado de Juan y de su madre dolorosa...
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José Bergamín
La procesión está en la calle. Una saeta se ha convertido en
oración cantada. Los redobles de tambor y el sonido de los carros de bocinas
ponen sonido murciano al desfile. Flores de nuestros huertos adornan los
barrocos tronos en los que la imaginería de nuestros artistas muestran con todo
el realismo los momentos de pasión.
Las hileras de nazarenos de hermosas túnicas azules acompañan
a los titulares de las hermandades. Ya el cielo ha cambiado su tono y tras
prestar su color de las siete e la tarde, el negro salpicado de destellos de
estrellas y luceros abraza el cortejo.
Entra en la barroca plaza Belluga el Cristo del Amparo y
parece como si toda la iconografía de la fachada de nuestra Catedral sus
suspirara a su paso. Cuando la Santísima Virgen de los Dolores lo espera en la
puerta de su templo, su mirada está en ese infinito de la primavera murciana,
mirando la veletas de las torres de San Nicolás, que antes del desfile querian
arañar el cielo para hacer un sudario a su amado hijo.
No hay torres ni veletas en la Plaza Circular la tarde del
Sábado de Pasión. Como si desde los balcones del cielo se tratara, un ventanal
se abre para hacer descender desde él hasta su trono al Cristo de la Fe,
arropado del amor de los capuchinos, portador del mensaje franciscano de PAZ y
BIEN, y acompañado de esos nazarenos enraizados en la comunidad de capuchinos y
en el Colegio de San Buenaventura, que dan ejemplo de austeridad y profunda fe
en su venerado titular.
Sí en cambio, guardan silencio las campanas de la torre de
Santa Catalina cuando al empezar a caer la tarde la plaza en donde se encuentra
tiene el bullicio de la expectación ante la salida en procesión de la Cofradía
de la Caridad. Hermosos y artísticos gallardetes decoran las farolas del entorno
y como espectadora de excepción, la Inmaculada, la que ve sufrir a su hijo en el
Huerto de los Olivos, cómo lo flagelan, lo insultan camino del Calvario... Y
sola, desde la fría piedra del murciano monumento, siente la compañía de la
mujer Verónica, de Juan... Virgen en Dolor que contempla a su caritativo hijo y
a la que quiero decirle...
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La plaza San Pedro es un ir y venir de gentes. Durante la mañana del Domingo de
Ramos ha sido testigo de cómo esta Jerusalén se preparaba con palmas para
recibir a Jesús el Nazareno.
Los penúltimos rayos de sol de la tarde se estrellan sobre la
puerta del templo en el mismo instante en el que el verde de nuestra huerta se
ha adueñado del entorno.
Brilla de una manera especial el rostro salzillesco de San
Pedro. Antes hemos sido testigos del arrepentimiento y perdón de María Magdalena
y cómo Jesús ha atravesado el Arco de Verónicas para entrar en la Murcia
pasional.
Cargado con la cruz recorre el vía crucis de esta ciudad,
siendo testigo de ello Juan el Evangelista.
María Santísima de los Dolores rompe en llanto siendo testigo
de la crucifixión de su amado hijo. Salzillo, el gran Salzillo, vuelve a estar
sublime en la talla de la imagen del Cristo de la Esperanza. Dulce agonía del
Hijo de Dios, que pierde su mirada en el ya negro cielo de su amada Murcia.
Así ha venido ocurriendo desde hace 252 años, cuando esta
Congregación del Santísimo Cristo de la Esperanza y Santo Celo por la Salvación
de las Almas da sentido al Domingo de Ramos y durante muchos años abrió nuestros
desfiles procesionales.
La torre de San Antolín es testigo del repique de su campana
al filo de las 12 de la mañana del Lunes Santo. El Señor del Malecón es
descendido desde su hornacina hasta delante del altar, mientras el poema de Fray
Miguel de Guevara es cantado por la coral:
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No cabe un alma en el interior del templo. Todo San Antolín está esperando el momento de besarle el pie a su Cristo. Ese Cristo que por la tarde notará el beso de las rosas que se enredan abrazando su cruz. Ese Cristo ante el que tantas veces me he inclinado sintiendo que un nudo me oprime la garganta, acompañando a nuestro alcalde, mi amigo Miguel Ángel, ejemplo de cristiano, católico y practicante. A ese mismo Cristo que he admirado paseando su muerte por las calles de mi ciudad mientras sus excelentes nazarenos estantes dan una lección magistral de cómo se porta un trono en Murcia, de cómo se gira y se camina soportando el peso de las varas y las tarimas; ese Cristo al que espero en su retorno y al que aplaudo cuando se encuentra con su madre de la Soledad y al que vitoreo cuando vuelve a entrar en San Antolín.
Es Lunes Santo, uno de los días grandes de la Semana Santa de
Murcia. Conservo en la retina los colores que guardaba en la misma aquel niño de
Patiño a la puerta de su casa. Me lleno de magenta y disfruto emocionado viendo
ante mí a las hermandades de Jesús en Getsemaní, el Prendimiento, Jesús ante
Caifás, la Flagelación, la Coronación de Espinas, el Encuentro en la Vía
Dolorosa, la Verónica o el Ascendimiento.
Este año, y a la puerta de la iglesia de tan murciano barrio,
espero fundirme en un fuerte abrazo con los hijos de Juan Pedro Hernández, como
tantas veces en los últimos años hice con él.
Se miran las torres de San Juan Bautista y San Juan de Dios en la noche del
Martes Santo y parece como si la primera de ellas piropeara al Cristo de la
Salud y la otra hiciera lo propio con el señor del Rescate. Separadas por no más
de un centenar de metros albergan a la Hermandad de Esclavos de Nuestro Padre
Jesús del Rescate y María Santísima de la Esperanza y la Pontificia, Real,
Hospitalaria y Primitiva Asociación del Santísimo Cristo de la Salud,
respectivamente.
Con una separación de 45 minutos en la salida, ambas
procesiones comparten el vía crucis de este día de la pasión. Túnicas blancas y
rojas, moradas y blancas, blancas y verdes... integran las hermandades.
El Nazareno de los mercedarios abre el desfile que parte de San Juan de Dios,
seguido de las asociaciones de San Juan Evangelista y la Virgen del Primer
Dolor, para cerrar la procesión la impresionante imagen del Cristo de la Salud,
una de las tallas más antiguas
de nuestra Semana Santa y que muestra el arte religioso del siglo XV español.
Una hermosa Cruz. Guía irrumpe en la puerta de San Juan
Bautista, abriendo así el desfile de los esclavos del Rescate. Tras ella, una
virgen guapa salida del taller y las manos de Sánchez Lozano. A Nuestra Señora
de la Esperanza la iluminan cientos e velas cuya luz se refleja en la estrellada
corona que adorna su cabeza. Virgen de mantilla y pañuelo a la que una espada
atraviesa su corazón, el mismo que luce en su manto y que forma parte del escudo
de Murcia que en él lleva bordado.
Pocos Cristos en esta ciudad gozan de la devoción del
Rescate. El Señor de San Juan está cargado de misterio y leyenda. El pueblo lo
ha convertido en destino de súplicas y peticiones, de oraciones y plegarias, de
amor y fe.
Miles de murcianos acuden el día después del Miércoles de Ceniza a su besapié en
una de las manifestaciones de cariño y fe sólo igualables a la llegada o
despedida de nuestra patrona, la Virgen de la Fuensanta.
Por eso, cuando El Rescate procesiona por nuestras calles,
con las manos atadas como humilde cordero, con su largo cabello mecido por el
viento y la mirada fija en la frente, la emoción se palpa en la noche nazarena,
emoción que se transforma en saetas, en rezos... y que alcanza especial
emotividad cuando al filo de la madrugada, en la plaza San Juan, el cierre de la
procesión de la esclavitud lo protagonizan los tres "pasos" de las hermandades
en este espacio.
Han sido muchas las noches del Martes Santo en las que no he
podio conciliar el sueño. Los sueños del niño fueron los mismos del adolescente,
el adulto y ya casi viejo; el procesionar vistiendo la túnica "colorá" la noche
del Miércoles Santo.
No puedo ocultar mis sentimientos. Soy nazareno "colorao" y
lo pregono con orgullo y convencimiento. La Real, Muy Venerable y Antiquísima
Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo forma parte
de mí, de mi casa, de mi familia y de mi fe.
En ella me hice nazareno: en ella vi hacerse penitentes a mi
mujer Loli; a mis hijas Carmen María y María Dolores y en ella quiero ver
procesionar a mi primer nieto, Antonio, nacido hace unos días. En ella he
entendido el verdadero significado de nuestra Semana Santa. La responsabilidad
de ser herederos del legado y la fe de nuestros antepasados; de llevar el "paso"
del Pretorio con la impresionante talla del Ecce Homo de Bussy o la popular del
Verrugo.
Pero desde el puesto de cabo de andas, la mirada y el respeto
siempre me han llevado a buscar al Cristo de la Sangre. Ese Cristo que, cargando
con el peso de la cruz y de nuestros pecados, camina hacia mí, brotando sangre
de su herida y que parece interrogarme con su mirada, y al que sólo puedo decir:
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Cuántas madrugadas, Señor, te he esperado a la puerta del templo del Carmen, a
los pies de sus torres gemelas. Unas noches con frío y otras más templadas, pero
todas con el corazón palpitante esperando tu llegada para darte gracias por la
buena procesión que he llevado, por los magníficos nazarenos que te han portado
en El Pretorio, por mi familia, por el regalo que me has otorgado con ese
hermano del alma que es para mí Carlos Valcárcel Siso, al que quiero y admiro
como persona, como ser humano, como presidente de mi cofradía..., por mi padre y
porque tengas en tu gloria a mi madre.
Yo no he visto la procesión de la Sangre desde que era muy niño. Por eso no
puedo desbordarme en elogios a la Hermandad de la Samaritana, de Jesús en casa
de Lázaro, al Lavatorio, a la Negación, a las Hijas de Jerusalén, al Cristo de
las Penas, a la de San Juan o la Dolorosa... que sin duda se los merecen, porque
siempre he estado dentro de la procesión.
Y aunque ahora podría hacerlo, no como cabo de andas, ya que el testigo se lo
pasé hace dos años a mi sobrino José, sangre de mi sangre, me niego a dejar de
vestir la túnica "colorá" y desfilo en mi condición de mayordomo.
Es Jueves Santo. Jesús muestra su muerte desde la iglesia de San Lorenzo. Murcia
es de color negro y no existe más sonido que el del silencio. En el interior del
templo espera el Cristo del Refugio. La voz de mi amigo y compañero, nazareno y
murciano, Antonio González Barnés atrona en la oración de un padrenuestro, por
él escrito, que te acongoja.
Rosas rojas de los huertos de Murcia a los pies del señor del Jueves Santo.
Cuatro faroles iluminan su muerte y yo quisiera ser como el sonido de la campana
que lleva en las varas de su trono, para decirle:
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Luis Esteban
Cercana la madrugada, mi Virgen de la Soledad la pasean por Murcia mis nazarenos de lujo guiados por mi ahijado Carlos. En su entorno brilla el luto que lucen los “coloraos”. La otra cara de nuestra Semana Santa se muestra desde la austeridad, el sobrecogimiento, la penitencia. En esas madrugadas acompañando a María en su Soledad carmelitana, me he mirado tantas veces por dentro... He rezado tanto recordando a mis nazarenos fallecidos...
Se despereza el astro rey por las sierras que abrazan a Beniel, Torreagüera,
Beniaján... Viene de besar las olas que acarician a San Pedro del Pinatar y a
nuestro Mar Menor.
Uno de sus rayos atraviesa el campanario de San Antolín como una daga, roza el
de San Andrés y se para en la puerta de la privativa iglesia de Jesús.
En ese instante irrumpe en ella el más hermoso rostro que Dolorosa alguna
pudiera tener.
Es Viernes Santo en la mañana y Murcia se viste del siglo XVIII. El más grande
imaginero del Siglo de Oro español, Francisco Salzillo y Alcaraz, abre de par en
par las cancelas de su arte y la más impresionante imaginería que alguien soñara
irrumpe en las calles de una ciudad que es nazarena, "morá" única y
espectacular.
He tenido el honor de ser nazareno estante del Prendimiento. Por eso, nadie
puede explicarme lo que es y significa la Cofradía de Nuestro Padre Jesús
Nazareno. Yo lo he vivido. Cargando he visto los rostros sorprendidos del
espectador, asombrados por la belleza, repletos de emoción y devoción,
iluminados por las policromías de tallas y flores... en el "paso" de La Santa
Cena; La Oración en el Huerto, del que ha sido excelente cabo de andas mi amigo
Zamora, el hoy Nazareno del Año; Los Azotes, La Verónica, La Caída, Nuestro
Padre Jesús, San Juan....
He presenciado la emoción de Jaime Campmany, José Ramón Díez de Revenga, de los
que estoy convencido que nuestro Padre Jesús los tiene a su lado; de la familia
Soubrier montando la mesa de La Cena... De tantos y tantos murcianos para los
que el Viernes Santo no es un día más de nuestra Semana Santa; esa emoción que
se contagia, que corre por el trayecto de la procesión y que sólo se detiene
cuando se cierran las puertas de Jesús y el Nazareno de los nazarenos_ al que
cuidan las agustinas. Se queda solo en su hornacina rodeado de la pasión según
la ha entendido Murcia
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Pero este es el día más nazareno por excelencia. Jesús nos muestra su misericordiosa muerte desde San Esteban, acompañado de su misericordiosa Madre, siendo descendido de la cruz, para pocos minutos más tarde, cuando la noche empieza a abrazar las torres de San Bartolomé, iniciar su Santo Entierro precedido por el ángel Servita y la maravillosa composición de María Santísima de las Angustias, quien mantiene en su regazo el cuerpo inerte de su amado hijo mientras un grupo de angelotes acarician sus manos y rodean el sudario.
Impresiona el Entierro de Cristo. El crucificado horizontal de Santa Clara la
Real que abre el desfile y al que siguen la Virgen de la Amargura, el Santo
Sepulcro, Juan el Evangelista y María de la Soledad. La representación de todas
las cofradías de Nuestra Semana Santa y sus estandartes dan mayor solemnidad al
cortejo.
El Sábado Santo, Murcia vive entre el dolor y la esperanza. Todo se ha
consumado. Atrás quedan las últimas palabras.
"Eloi, Eloi, lemá sabaktani." ¡Dios mío, Dios mío¡ ¿por qué me has abandonado?
Alguno de los presentes al oirlo decian “Mirad, llama a Elias” Uno fue corriendo
a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de
beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo".
Pero Jesús, lanzando un gran grito, expiro.
La cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo. El oficial situado frente
a él, al verlo expirar así exclamó:
"Verdaderamente este hombre era hijo de Dios".
Y el Hijo de Dios yacente es portado a hombros de nazarenos que visten el blanco luto hebreo. Esos mismos nazarenos que muestran la luz de María en su soledad y que también en la sobriedad y en la fe recorren el vía crucis murciano en la antesala de la resurrección. A ese Cristo, del que soy camarero, me gustaría decirle:
Duermes, Señor, el sueño de la muerte, |
No hay palomas en el campanario de Santa Eulalia. Muy temprano, sus campanas han anunciado que hay vida tras la muerte y éstas se han posado junto a la escultura de Salzillo que preside la plaza, para ver salir del templo a la Real y Muy Ilustre Archicofradía de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado.
Hoy es día grande para nuestra fe y para Murcia. Fiesta con mayúsculas. El
triunfo de la luz ante la oscuridad; de la cruz ante el diablo; del bien sobre
el mal... En la resurrección de Nuestro Señor está el verdadero sentido de
nuestra fe. No todo acaba aquí.
Procesión de júbilo y alegría en donde vemos a las hermandades de San Miguel
Arcángel, la Cruz Triunfante, Nuestro Señor Jesucristo Crucificado, las Tres
Marías y el Ángel, la Aparición de Jesús a María Magdalena, los Discípulos de
Emaús, la Aparición de Jesús a Tomás, la Aparición de Jesús en el Lago
Tiberíades, la Ascensión, San Juan Evangelista y la Virgen Gloriosa.
No hay marchas fúnebres ni pasionales, sino pasodobles, el canto a Murcia de "La
parranda".
Murcia despide así los diez días más intensos de su calendario. En ellos hemos
sido testigos del dolor, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. No
queremos faltar a la cita con nuestra fe, nuestra tradición y nuestras
costumbres. Vamos a mantener y mostrar el gran tesoro artístico que venimos
conservando desde el siglo XV y del que nos sentimos orgullosos. Queremos
manifestar públicamente que somos cristianos y que no sentimos ninguna vergüenza
de pregonarlo. Que independientemente de vestir de azul, marrón, verde, magenta,
blanco y rojo, "colorao", negro, "morao", o blanco... nuestra fe es la misma,
Cristo es el mismo, su madre es la misma y nuestra condición de creyentes es
inalterable.
Señor, bendice a todos los nazarenos de Murcia, permite que todas nuestras
cofradías y hermandades salgan a la calle, que nuestra Semana Santa de 2006 nos
llene el alma y el espíritu y que Murcia, nuestra patria bella, se sienta
orgullosa de ella y de nosotros, como viene ocurriendo desde tiempo inmemorial.
Que suenen las campanas de todos nuestros campanarios. Que anuncien que desde
este instante, Murcia es procesionista y nazarena.
Viva la Semana Santa de Murcia!
¡Viva Murcia!