PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE MURCIA 2006

ANTONIO SÁNCHEZ CARRILLO

IGLESIA DE SAN NICOLÁS DE BARI

MURCIA, 6 DE ABRIL DE 2006

    Desde la torre de la iglesia de Patino se divisan las cúpulas de la Arciprestal del Carmen; un poco más a su derecha, el final del imafronte de San Juan, y en el medio, la hermosa torre de nuestra Catedral, que quiere arañar el cielo de esta Murcia barroca y nazarena que al llegar abril rasga el infinito, como si se tratase de las cortinas del templo, para anunciar que Jesús entra en esta Jerusalén huertana.
    A la vera de la patiñera iglesia, las imágenes de nazarenos "coloraos", "moraos", magentas, de pañuelos de seda multicolor a la cabeza, de almidonadas enaguas, enormes buches, esparteñas y estante, pasaban ante la puerta de la casa de "El Rojo", mi padre. Eran las tardes de un Lunes Santo, del Miércoles o la hermosa madrugada de un Viernes.
Nazarenos huertanos, hombres hechos y derechos, llamados a cargar sobre sus hombros las varas y tarimas de nuestros tronos con las imágenes de Bussy, de Sánchez Lozano, de Salzillo.
    A ellos, a quienes desde la fe y la tradición, a los que llegan desde la huerta o la capital, desde el orgullo y el sentimiento, desde el amor y el esfuerzo, desde la penitencia y el silencio... sienten a Murcia vistiendo una túnica, es decir, a LOS NAZARENOS, quiero dedicar este pregón.


   

    Excmo y Rvdmo. Sr. Obispo de la Diócesis de Cartagena-Murcia, don Juan Antonio Reig Pla; Ilmo. Sr. Alcalde de Murcia, clon Miguel Ángel Cámara Botía; Sr. Presidente del Cabildo Superior de Cofradías e la Semana Santa de Murcia, don Antonio Ayuso Marques, Excmas e Ilmas. autoridades, civiles, militares y religiosas; Srs. Tenientes de Alcalde y Concejales del Ayuntamiento de Murcia; Sr. Presidente de la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María Santísima de los Dolores, clon Ángel Galiano Meseguer; señoras y señores Presidentes y Hermanos Mayores e las Cofradías y Hermandades murcianas, nazarenas y nazarenos de nuestra Semana Santa, señoras y señores, buenas noches.


    Sean mis palabras en primer lugar de sincero agradecimiento a la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María Santísima de los Dolores, a su presidente y Junta de Gobierno, por proponerme como pregonero de la Semana Santa de Murcia del año 2006, agradecimiento que hago extensivo al Cabildo Superior de Cofradías por ratificar dicha propuesta haciéndome uno de los mayores honores que como murciano, huertano y nazareno podía aspirar.


    Permitidme en este instante que tenga un especial recuerdo a la figura de Juan Pedro Hernández, de mi amigo Juan Pedro. Sé que desde los confines del infinito estará junto a Pepe Carmona, Ramón Sánchez Parra, mi madre... y tantos y tantos amigos y nazarenos que se fueron para siempre ocupando un banco de privilegio para escucharme piropear a Murcia y a su Semana Santa. Juan Pedro, esta noche te llevo junto a mi corazón.

    En el horno de mi casa, la Semana Santa tenía aromas a monas con huevo recién hechas, a panecillos cuyo destino serían las senas de no pocos nazarenos. Desde mi niñez, la retina se me ha llenado de colores de túnicas que desde Patiño, predominando el "colorao", salían con destino a la Murcia nazarena.


    Yo no tengo más méritos para ser pregonero de esta Semana Santa que mi condición de nazareno, de murciano, de camarero de "pasos", de enamorado e la costumbre, la fe y tradiciones de mi pueblo, de mis gentes, de mi tierra.

    Por eso espero junto a la entrada al Huerto de los Cipreses, en el Malecón, el paso del Señor del Gran Poder, ese Cristo de los toreros al que pasean a hombros por el ruedo de la pasión Pepín Liria, Rafaelillo, Pepito Soler, Pepe Moreno, Alfonso Romero... y escuchar cómo una voz quiebra el silencio en la que bien podría ser la primera saeta que suena en nuestra Semana Santa.


    Es Viernes de Dolores y la Semana Santa de Murcia se mira en el infinito y éste, como si fuera un espejo, le devuelve sus tonos para que desfile con ellos la Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Amparo y María Santísima de los Dolores. La pasión, según la entiende esta ciudad, ha comenzado.


    Jesús se convierte ante el dolor de su madre en amparo de los marcianos. Cristo, desde la cruz, abre sus brazos buscándonos en el callejero y sale a nuestro encuentro para redimirnos.


    En su peregrinar, lo vemos cómo es flagelado; ante Pilatos; convertido en Gran Poder camino del Calvario; encontrándose con las Santas Mujeres; acompañado de Juan y de su madre dolorosa...

"TÚ me ofreces la vida con tu muerte
y esa vida sin Ti yo no la quiero;
porque lo que yo espero, y desespero,
es otra vida en la que pueda verte."

José Bergamín


    La procesión está en la calle. Una saeta se ha convertido en oración cantada. Los redobles de tambor y el sonido de los carros de bocinas ponen sonido murciano al desfile. Flores de nuestros huertos adornan los barrocos tronos en los que la imaginería de nuestros artistas muestran con todo el realismo los momentos de pasión.


    Las hileras de nazarenos de hermosas túnicas azules acompañan a los titulares de las hermandades. Ya el cielo ha cambiado su tono y tras prestar su color de las siete e la tarde, el negro salpicado de destellos de estrellas y luceros abraza el cortejo.


    Entra en la barroca plaza Belluga el Cristo del Amparo y parece como si toda la iconografía de la fachada de nuestra Catedral sus suspirara a su paso. Cuando la Santísima Virgen de los Dolores lo espera en la puerta de su templo, su mirada está en ese infinito de la primavera murciana, mirando la veletas de las torres de San Nicolás, que antes del desfile querian arañar el cielo para hacer un sudario a su amado hijo.


    No hay torres ni veletas en la Plaza Circular la tarde del Sábado de Pasión. Como si desde los balcones del cielo se tratara, un ventanal se abre para hacer descender desde él hasta su trono al Cristo de la Fe, arropado del amor de los capuchinos, portador del mensaje franciscano de PAZ y BIEN, y acompañado de esos nazarenos enraizados en la comunidad de capuchinos y en el Colegio de San Buenaventura, que dan ejemplo de austeridad y profunda fe en su venerado titular.


    Sí en cambio, guardan silencio las campanas de la torre de Santa Catalina cuando al empezar a caer la tarde la plaza en donde se encuentra tiene el bullicio de la expectación ante la salida en procesión de la Cofradía de la Caridad. Hermosos y artísticos gallardetes decoran las farolas del entorno y como espectadora de excepción, la Inmaculada, la que ve sufrir a su hijo en el Huerto de los Olivos, cómo lo flagelan, lo insultan camino del Calvario... Y sola, desde la fría piedra del murciano monumento, siente la compañía de la mujer Verónica, de Juan... Virgen en Dolor que contempla a su caritativo hijo y a la que quiero decirle...

Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.
Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
No quiero que sufras tanto

    La plaza San Pedro es un ir y venir de gentes. Durante la mañana del Domingo de Ramos ha sido testigo de cómo esta Jerusalén se preparaba con palmas para recibir a Jesús el Nazareno.

    Los penúltimos rayos de sol de la tarde se estrellan sobre la puerta del templo en el mismo instante en el que el verde de nuestra huerta se ha adueñado del entorno.


    Brilla de una manera especial el rostro salzillesco de San Pedro. Antes hemos sido testigos del arrepentimiento y perdón de María Magdalena y cómo Jesús ha atravesado el Arco de Verónicas para entrar en la Murcia pasional.
    Cargado con la cruz recorre el vía crucis de esta ciudad, siendo testigo de ello Juan el Evangelista.


    María Santísima de los Dolores rompe en llanto siendo testigo de la crucifixión de su amado hijo. Salzillo, el gran Salzillo, vuelve a estar sublime en la talla de la imagen del Cristo de la Esperanza. Dulce agonía del Hijo de Dios, que pierde su mirada en el ya negro cielo de su amada Murcia.


    Así ha venido ocurriendo desde hace 252 años, cuando esta Congregación del Santísimo Cristo de la Esperanza y Santo Celo por la Salvación de las Almas da sentido al Domingo de Ramos y durante muchos años abrió nuestros desfiles procesionales.


    La torre de San Antolín es testigo del repique de su campana al filo de las 12 de la mañana del Lunes Santo. El Señor del Malecón es descendido desde su hornacina hasta delante del altar, mientras el poema de Fray Miguel de Guevara es cantado por la coral:

"No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor;
muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte

    No cabe un alma en el interior del templo. Todo San Antolín está esperando el momento de besarle el pie a su Cristo. Ese Cristo que por la tarde notará el beso de las rosas que se enredan abrazando su cruz. Ese Cristo ante el que tantas veces me he inclinado sintiendo que un nudo me oprime la garganta, acompañando a nuestro alcalde, mi amigo Miguel Ángel, ejemplo de cristiano, católico y practicante. A ese mismo Cristo que he admirado paseando su muerte por las calles de mi ciudad mientras sus excelentes nazarenos estantes dan una lección magistral de cómo se porta un trono en Murcia, de cómo se gira y se camina soportando el peso de las varas y las tarimas; ese Cristo al que espero en su retorno y al que aplaudo cuando se encuentra con su madre de la Soledad y al que vitoreo cuando vuelve a entrar en San Antolín.


    Es Lunes Santo, uno de los días grandes de la Semana Santa de Murcia. Conservo en la retina los colores que guardaba en la misma aquel niño de Patiño a la puerta de su casa. Me lleno de magenta y disfruto emocionado viendo ante mí a las hermandades de Jesús en Getsemaní, el Prendimiento, Jesús ante Caifás, la Flagelación, la Coronación de Espinas, el Encuentro en la Vía Dolorosa, la Verónica o el Ascendimiento.


    Este año, y a la puerta de la iglesia de tan murciano barrio, espero fundirme en un fuerte abrazo con los hijos de Juan Pedro Hernández, como tantas veces en los últimos años hice con él.


Se miran las torres de San Juan Bautista y San Juan de Dios en la noche del Martes Santo y parece como si la primera de ellas piropeara al Cristo de la Salud y la otra hiciera lo propio con el señor del Rescate. Separadas por no más de un centenar de metros albergan a la Hermandad de Esclavos de Nuestro Padre Jesús del Rescate y María Santísima de la Esperanza y la Pontificia, Real, Hospitalaria y Primitiva Asociación del Santísimo Cristo de la Salud, respectivamente.


    Con una separación de 45 minutos en la salida, ambas procesiones comparten el vía crucis de este día de la pasión. Túnicas blancas y rojas, moradas y blancas, blancas y verdes... integran las hermandades.


    El Nazareno de los mercedarios abre el desfile que parte de San Juan de Dios, seguido de las asociaciones de San Juan Evangelista y la Virgen del Primer Dolor, para cerrar la procesión la impresionante imagen del Cristo de la Salud, una de las tallas más antiguas de nuestra Semana Santa y que muestra el arte religioso del siglo XV español.


    Una hermosa Cruz. Guía irrumpe en la puerta de San Juan Bautista, abriendo así el desfile de los esclavos del Rescate. Tras ella, una virgen guapa salida del taller y las manos de Sánchez Lozano. A Nuestra Señora de la Esperanza la iluminan cientos e velas cuya luz se refleja en la estrellada corona que adorna su cabeza. Virgen de mantilla y pañuelo a la que una espada atraviesa su corazón, el mismo que luce en su manto y que forma parte del escudo de Murcia que en él lleva bordado.


    Pocos Cristos en esta ciudad gozan de la devoción del Rescate. El Señor de San Juan está cargado de misterio y leyenda. El pueblo lo ha convertido en destino de súplicas y peticiones, de oraciones y plegarias, de amor y fe.
Miles de murcianos acuden el día después del Miércoles de Ceniza a su besapié en una de las manifestaciones de cariño y fe sólo igualables a la llegada o despedida de nuestra patrona, la Virgen de la Fuensanta.


    Por eso, cuando El Rescate procesiona por nuestras calles, con las manos atadas como humilde cordero, con su largo cabello mecido por el viento y la mirada fija en la frente, la emoción se palpa en la noche nazarena, emoción que se transforma en saetas, en rezos... y que alcanza especial emotividad cuando al filo de la madrugada, en la plaza San Juan, el cierre de la procesión de la esclavitud lo protagonizan los tres "pasos" de las hermandades en este espacio.


    Han sido muchas las noches del Martes Santo en las que no he podio conciliar el sueño. Los sueños del niño fueron los mismos del adolescente, el adulto y ya casi viejo; el procesionar vistiendo la túnica "colorá" la noche del Miércoles Santo.


    No puedo ocultar mis sentimientos. Soy nazareno "colorao" y lo pregono con orgullo y convencimiento. La Real, Muy Venerable y Antiquísima Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo forma parte de mí, de mi casa, de mi familia y de mi fe.


    En ella me hice nazareno: en ella vi hacerse penitentes a mi mujer Loli; a mis hijas Carmen María y María Dolores y en ella quiero ver procesionar a mi primer nieto, Antonio, nacido hace unos días. En ella he entendido el verdadero significado de nuestra Semana Santa. La responsabilidad de ser herederos del legado y la fe de nuestros antepasados; de llevar el "paso" del Pretorio con la impresionante talla del Ecce Homo de Bussy o la popular del Verrugo.


    Pero desde el puesto de cabo de andas, la mirada y el respeto siempre me han llevado a buscar al Cristo de la Sangre. Ese Cristo que, cargando con el peso de la cruz y de nuestros pecados, camina hacia mí, brotando sangre de su herida y que parece interrogarme con su mirada, y al que sólo puedo decir:
   

En medio de la sombra y de la herida
me preguntan si creo en Ti. Y digo:
que tengo todo, cuando estoy contigo,
el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.
Sin Ti, el sol es luz descolorida.
Sin Ti, la paz es un cruel castigo.
Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo.
Sin Ti, la vida es muerte repetida.
Contigo, el sol es luz enamorada
y contigo, la paz es paz florida.
Contigo, el bien es casa reposada
 y contigo, la vida es sangre ardida.
Pues si me faltas Tú, no tengo nada:
ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida".

    Cuántas madrugadas, Señor, te he esperado a la puerta del templo del Carmen, a los pies de sus torres gemelas. Unas noches con frío y otras más templadas, pero todas con el corazón palpitante esperando tu llegada para darte gracias por la buena procesión que he llevado, por los magníficos nazarenos que te han portado en El Pretorio, por mi familia, por el regalo que me has otorgado con ese hermano del alma que es para mí Carlos Valcárcel Siso, al que quiero y admiro como persona, como ser humano, como presidente de mi cofradía..., por mi padre y porque tengas en tu gloria a mi madre.

    Yo no he visto la procesión de la Sangre desde que era muy niño. Por eso no puedo desbordarme en elogios a la Hermandad de la Samaritana, de Jesús en casa de Lázaro, al Lavatorio, a la Negación, a las Hijas de Jerusalén, al Cristo de las Penas, a la de San Juan o la Dolorosa... que sin duda se los merecen, porque siempre he estado dentro de la procesión.


    Y aunque ahora podría hacerlo, no como cabo de andas, ya que el testigo se lo pasé hace dos años a mi sobrino José, sangre de mi sangre, me niego a dejar de vestir la túnica "colorá" y desfilo en mi condición de mayordomo.
Es Jueves Santo. Jesús muestra su muerte desde la iglesia de San Lorenzo. Murcia es de color negro y no existe más sonido que el del silencio. En el interior del templo espera el Cristo del Refugio. La voz de mi amigo y compañero, nazareno y murciano, Antonio González Barnés atrona en la oración de un padrenuestro, por él escrito, que te acongoja.


    Rosas rojas de los huertos de Murcia a los pies del señor del Jueves Santo. Cuatro faroles iluminan su muerte y yo quisiera ser como el sonido de la campana que lleva en las varas de su trono, para decirle:

Envuelto entre murallas el silencio,
el jueves por la noche es otra cosa;
es cruz, es una espiga y una rosa;
son lágrimas mecidas por el viento;
es grito desgarrado en el desierto,
que despierta las calles apagadas
de mi ciudad, que espera ilusionada
la llegada de Dios y, al verlo muerto,
las palabras rebotan por la plaza,
pisadas blancas se arrastran en las losas,
y al fundirse los ojos con el llanto,
el Cristo del Silencio nos abraza,
¡sobran palabras! No son tan hermosas
como el último adiós de Dios el Jueves Santo

                                                                                Luis Esteban
 

    Cercana la madrugada, mi Virgen de la Soledad la pasean por Murcia mis nazarenos de lujo guiados por mi ahijado Carlos. En su entorno brilla el luto que lucen los “coloraos”. La otra cara de nuestra Semana Santa se muestra desde la austeridad, el sobrecogimiento, la penitencia. En esas madrugadas acompañando a María en su Soledad carmelitana, me he mirado tantas veces por dentro... He rezado tanto recordando a mis nazarenos fallecidos...


    Se despereza el astro rey por las sierras que abrazan a Beniel, Torreagüera, Beniaján... Viene de besar las olas que acarician a San Pedro del Pinatar y a nuestro Mar Menor.


    Uno de sus rayos atraviesa el campanario de San Antolín como una daga, roza el de San Andrés y se para en la puerta de la privativa iglesia de Jesús.
En ese instante irrumpe en ella el más hermoso rostro que Dolorosa alguna pudiera tener.


    Es Viernes Santo en la mañana y Murcia se viste del siglo XVIII. El más grande imaginero del Siglo de Oro español, Francisco Salzillo y Alcaraz, abre de par en par las cancelas de su arte y la más impresionante imaginería que alguien soñara irrumpe en las calles de una ciudad que es nazarena, "morá" única y espectacular.


    He tenido el honor de ser nazareno estante del Prendimiento. Por eso, nadie puede explicarme lo que es y significa la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Yo lo he vivido. Cargando he visto los rostros sorprendidos del espectador, asombrados por la belleza, repletos de emoción y devoción, iluminados por las policromías de tallas y flores... en el "paso" de La Santa Cena; La Oración en el Huerto, del que ha sido excelente cabo de andas mi amigo Zamora, el hoy Nazareno del Año; Los Azotes, La Verónica, La Caída, Nuestro Padre Jesús, San Juan....


    He presenciado la emoción de Jaime Campmany, José Ramón Díez de Revenga, de los que estoy convencido que nuestro Padre Jesús los tiene a su lado; de la familia Soubrier montando la mesa de La Cena... De tantos y tantos murcianos para los que el Viernes Santo no es un día más de nuestra Semana Santa; esa emoción que se contagia, que corre por el trayecto de la procesión y que sólo se detiene cuando se cierran las puertas de Jesús y el Nazareno de los nazarenos_ al que cuidan las agustinas. Se queda solo en su hornacina rodeado de la pasión según la ha entendido Murcia

Señor, quisiera ser tu cirineo,
cargar sobre mis hombros tu suplicio,
trocar el gran pecado en sacrificio;
limpiar mi ardiente fe con mi deseo.
Señor, quisiera ser aquel pañuelo,
secar tu faz sangrante, dolorida,
trocar tu sufrimiento por mi vida;
limpiar mi ardiente fe, mi eterno vuelo.
¡Permíteme, Señor, en tu calvario,
posar en mis abrazos tu agonía,
hilar con penitencia tu sudario!
¡Permíteme, Señor, como a María,
llorar sobre tu pecho su rosario,
salvar de humana culpa el alma mía!

    Pero este es el día más nazareno por excelencia. Jesús nos muestra su misericordiosa muerte desde San Esteban, acompañado de su misericordiosa Madre, siendo descendido de la cruz, para pocos minutos más tarde, cuando la noche empieza a abrazar las torres de San Bartolomé, iniciar su Santo Entierro precedido por el ángel Servita y la maravillosa composición de María Santísima de las Angustias, quien mantiene en su regazo el cuerpo inerte de su amado hijo mientras un grupo de angelotes acarician sus manos y rodean el sudario.


    Impresiona el Entierro de Cristo. El crucificado horizontal de Santa Clara la Real que abre el desfile y al que siguen la Virgen de la Amargura, el Santo Sepulcro, Juan el Evangelista y María de la Soledad. La representación de todas las cofradías de Nuestra Semana Santa y sus estandartes dan mayor solemnidad al cortejo.

    El Sábado Santo, Murcia vive entre el dolor y la esperanza. Todo se ha consumado. Atrás quedan las últimas palabras.


    "Eloi, Eloi, lemá sabaktani." ¡Dios mío, Dios mío¡ ¿por qué me has abandonado?


    Alguno de los presentes al oirlo decian “Mirad, llama a Elias” Uno fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo".


    Pero Jesús, lanzando un gran grito, expiro.
   
    La cortina del templo se rasgó en dos de arriba abajo. El oficial situado frente a él, al verlo expirar así exclamó:


    "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios".
 

    Y el Hijo de Dios yacente es portado a hombros de nazarenos que visten el blanco luto hebreo. Esos mismos nazarenos que muestran la luz de María en su soledad y que también en la sobriedad y en la fe recorren el vía crucis murciano en la antesala de la resurrección. A ese Cristo, del que soy camarero, me gustaría decirle:

Duermes, Señor, el sueño de la muerte,
tus ojos son luceros ya velados,
tus manos son dos lirios desmayados
es lívido clavel tu boca inerte.
¿Quién no se mueve a compasión al verte
si claman compasión tus pies llagados,
tus cabellos que en sangre están bañados,
tu rostro cuya palidez se advierte?
Es tal la majestad de tu figura,
impone tal respeto tu reposo,
que ante ti se anonada toda criatura,
y el alma se rompe y enternece.
Para quien te contempla fervoroso
no eres sólo un prodigio de escultura,
sino de fe y dolor símbolo hermoso.

    No hay palomas en el campanario de Santa Eulalia. Muy temprano, sus campanas han anunciado que hay vida tras la muerte y éstas se han posado junto a la escultura de Salzillo que preside la plaza, para ver salir del templo a la Real y Muy Ilustre Archicofradía de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado.


    Hoy es día grande para nuestra fe y para Murcia. Fiesta con mayúsculas. El triunfo de la luz ante la oscuridad; de la cruz ante el diablo; del bien sobre el mal... En la resurrección de Nuestro Señor está el verdadero sentido de nuestra fe. No todo acaba aquí.


    Procesión de júbilo y alegría en donde vemos a las hermandades de San Miguel Arcángel, la Cruz Triunfante, Nuestro Señor Jesucristo Crucificado, las Tres Marías y el Ángel, la Aparición de Jesús a María Magdalena, los Discípulos de Emaús, la Aparición de Jesús a Tomás, la Aparición de Jesús en el Lago Tiberíades, la Ascensión, San Juan Evangelista y la Virgen Gloriosa.


    No hay marchas fúnebres ni pasionales, sino pasodobles, el canto a Murcia de "La parranda".


    Murcia despide así los diez días más intensos de su calendario. En ellos hemos sido testigos del dolor, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. No queremos faltar a la cita con nuestra fe, nuestra tradición y nuestras costumbres. Vamos a mantener y mostrar el gran tesoro artístico que venimos conservando desde el siglo XV y del que nos sentimos orgullosos. Queremos manifestar públicamente que somos cristianos y que no sentimos ninguna vergüenza de pregonarlo. Que independientemente de vestir de azul, marrón, verde, magenta, blanco y rojo, "colorao", negro, "morao", o blanco... nuestra fe es la misma, Cristo es el mismo, su madre es la misma y nuestra condición de creyentes es inalterable.


    Señor, bendice a todos los nazarenos de Murcia, permite que todas nuestras cofradías y hermandades salgan a la calle, que nuestra Semana Santa de 2006 nos llene el alma y el espíritu y que Murcia, nuestra patria bella, se sienta orgullosa de ella y de nosotros, como viene ocurriendo desde tiempo inmemorial. Que suenen las campanas de todos nuestros campanarios. Que anuncien que desde este instante, Murcia es procesionista y nazarena.


    Viva la Semana Santa de Murcia!


    ¡Viva Murcia!

 

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