El dolor de la Virgen en la infancia
y en la pasión de su Hijo:
por Capuz
El misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y
muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento evangélico que ha
encontrado un eco más amplio y más intenso en la religiosidad popular, en
determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris...) Y, en proporción
con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de oriente y de
occidente. Es curioso cómo estas tres dimensiones de la piedad están idealmente
unidas en la liturgia de rito romano en el Stábat Mater, atribuido a Jacopone de
Todi, secuencia nacida en un contexto de intensa religiosidad popular, utilizada
de varias maneras en los ejercicios piadosos y, aunque de forma facultativa,
presente en la liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa
del 15 de septiembre de la Virgen de los Dolores. Esta singularidad revela que
las tres áreas de piedad que hemos señalado, dejando aparte ciertas
intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo esencial del misterio
evangélico.
Pero el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su
primera y última significación, fue captado por la piedad mariana también en
otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre participó
personalmente. En general, se suele considerar el dolor de la Virgen en la
infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La meditación cristiana captó y en
cierto modo fue codificando progresivamente a lo largo de los siglos siente
sucesos dolorosos, siete episodios bíblicos en los que está atestiguada
expresamente o intuida por la tradición la participación de María. Se recuerda
la subida al templo de José y de María para presentar allí a Jesús a los
cuarenta días de su nacimiento, con la relativa profecía del anciano Simeón:
“Una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según parece, la
progresiva revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo”; espada que
penetrando en María le hará sufrir; espada que penetrando en María le hará
sufrir; espada símbolo del camino doloroso de la Virgen, que en la tradición
posterior será asumida como signo plástico de los dolores sufridos por la madre
del redentor y representada luego en número de siete puñales clavados en el
corazón de la Virgen. El camino de fe de la Virgen se vio muy pronto marcado por
un nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y José (Mt. 2, 13-14). Y
una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la pérdida en Jerusalén
y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José (Lc 2, 43ss), que se
concluirá con el hallazgo del Hijo en el templo, nuevo motivo de meditación y de
interpretación sobre la voluntad de Dios en el corazón de la madre. La
contemplación de la tradición ha querido descubrir en la subida de Jesús con la
cruz al Calvario la experiencia síntesis del camino de fe de la madre, y aunque
los evangelios no mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la
presencia de María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27).
Como ya se ha dicho, es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos
el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a la cruz
de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su
madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn.
19. 25-27a). Y una vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la
participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando,
como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruza
(Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores
y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19,
40-42a).
Por Capuz
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