ICONOGRAFÍA DE LA CRUZ Y DE LA CRUCIFIXIÓN

I. INTRODUCCIÓN

    Los evangelistas usan esta expresiones lacónicas y sublimes: “Le condujeron al lugar del Gólgota, que significa calvario. Y le daban vino mirrado, pero el no lo tomó. Lo crucificaron. Era la hora de tercia cuando lo crucificaron. Y con el crucificaron a dos ladrones; uno a su derecha y otro a su izquierda. (San Marcos 15, 22-28)



II. LUGAR DE LA CRUCIFIXIÓN

    El Calvario, en hebreo Gólgota, cuya traducción significa calavera, nombre tomado de su forma, era una colina o altozano de unos cinco metros de altura.
    Dicha colina estaba situada en la pendiente del monte Gareb, al oeste del Tiropeón, fuera de los muros de la ciudad y muy cerca de la puerta de Efraín. De su autenticidad no cabe duda razonable. El historiador Eusebio, en el siglo IV, nos proporciona un testimonio explicito y desde esa fecha se ha mantenido fiel y constante la tradición.
    Esta tradición, indiscutiblemente, no pudo desviarse en los siglos anteriores al IV, por tratarse de un sitio muy importante y que estaba a la vista de todos. Consta, además, históricamente, que el Emperador Adriano mandó colocar a mitad del siglo II las estatuas de Venus en el Calvario y las de Júpiter en el Santo Sepulcro, para borrar la memoria del Divino Crucificado. Por fortuna con ello se conservó más la tradición, pues se sabe que ya en el siglo I hubo en Jerusalén una pequeña comunidad Cristiana que veló por los sitios santificados con la presencia de Jesús.
    Primitivamente la pequeña colina quedaba al descubierto en el interior de la Basílica de Santa Elena, coronada por una monumental cruz de plata. Más adelante se construyó una capilla y en la actualidad se haya englobada dentro del templo construido por los cruzados.

III. LA CRUCIFIXIÓN COMO PENA CAPITAL.

En la antigüedad era la pena capital impuesta para la sanción o castigo de delitos mayores.
    Se aplicó con frecuencia en Oriente, entre Persas, Indios y Egipcios. En Grecia se usó también, si bien es cierto, solo en casos excepcionales según testimonios de Platón y Demóstenes. El tirano de Siracusa, Dionisio, condenó a sufrirla después de la toma de Motya a los mercenarios Griegos, que lucharon de lado de los Cartagineses.
    En Roma, este suplicio constituía la forma más cruel y afrentosa de la aplicación de la pena de muerte. Estaba reservada exclusivamente a los esclavos. En los tiempos de la República, no se aplicaba este suplico nada más que a los culpables de los delitos de piratería, asesinato, robo, sedición y rebelión, y se excluía a los ciudadanos romanos según los principios constitucionales.
    Durante el Imperio la jurisprudencia continuó reservando esta pena para los delitos más graves: Robo, piratería, asesinato, culpables de traición, sedición y tumulto. A quienes se crucificaba, arrojaba a las fieras o se desterraba simplemente.
    Bajo esta última inculpación fue acusado Cristo y varios apóstoles de la religión Cristiana. La pena de muerte en la Cruz se usó en el Imperio Romano hasta la primera mitad del siglo IV y más tarde fue abolida por Constantino en honor de la pasión de Jesucristo.

IV. EL PROCESO DE LA CRUCIFIXIÓN

    Según testimonios abundantes y autorizados, los condenados a la Cruz sufrían primero la pena de azotes. La flagelación era un suplicio preliminar que usaban los Romanos y los Judíos. Los Judíos tenían limitado el número de azotes a 40. Los Romanos eran más crueles.

    Los Judíos para no extralimitarse, solían dar 39. Recordemos el texto de San Pablo hablando de sí mismo (segunda carta a los corintios 2, 24) “Cinco veces recibí de los Judíos cuarenta golpes menos uno”.
    Sin embargo, entre los Romanos no había número limitado. Los verdugos procedían a su antojo. El Flagellum o látigo no era de simples correas; iban estas guarnecidas de pequeños huesos, de bolitas de plomo e incluso de agudas puntas de hierro. El poeta latino Horacio califica al látigo de horrible (sátiras, cap. 1, cap. 3, verso 31).
    El reo era atado a una columna baja; quedaba encorvado y la espalda muy a propósito para recibir los azotes. Los golpes alcanzaban el vientre, el pecho, incluso la cara. Era un suplicio considerado como infamante.
    Por ello las leyes romanas denominadas Ley Porcia y Ley Sempronia, derivadas de sus autores, prohibían terminantemente su aplicación a los ciudadanos romanos.
    La coronación de espinas no entraba en el proceso jurídico. No fue al menos directa y positivamente del procurador, sino de la soldadesca que quiso divertirse a consta de pobre reo.
 


V. FORMA PROBABLE DE LA CRUCIFIXIÓN

    La misma crucifixión podía realizarse de distintas maneras. Las representaciones icónicas muestran casi siempre a Jesús tendido sobre la cruz, que está preparada en el suelo para se clavada en ella.
    Este procedimiento, por otra parte, tan vulgarizado de imaginar la crucifixión podemos descartarlo casi con absoluta seguridad.
    Modernamente empieza a abrirse paso una hipótesis, la cual se juzga como más conforme a la realidad de los hechos. Supone que el reo era atado al patíbulo (recuérdese que patíbulo era el travesaño horizontal), cuando aún estaba delante del juez y así atado, era conducido al suplicio arrastrado por una cuerda que rodeaba su cuerpo. Al llegar al lugar de ejecución, se clavaban sus manos en este patíbulo y por medio de las mismas cuerdas, se le izaba hasta encajar el travesaño con la hendidura o mordaza del palo vertical, de modo que el reo quedase suspendido o cabalgando sobre el “sedile” o asiento. Entonces, ya era fácil clavar los pies.
 

VI. ¿DESNUDO EN LA CRUZ?

    ¿Fue nuestro Señor cubierto realmente con un velo, al ser despojado de sus vestiduras en el monte calvario o padeció sobre la cruz total desnudez?.
    La iconografía poco o nada puede ilustrarnos en este punto. El respeto exige que se cubra al Divino Crucificado, con un ceñidor o incluso con una túnica.
    Varios Santos Padres utilizan frases que parecen indicar la completa desnudez. Dice San Ambrosio hablando de Cristo: “interesa considerar cual sube a la Cruz, desnudo le veo”. San Juan Crisóstomo: “aquí en el calvario desnudez, y allí en el paraíso desnudez”.
    Ante estos términos y otros semejantes, hay que considerar que la expresión “estar desnudo” puede y debe entenderse del que conserva poca ropa.
    Concluyamos que si bien, hay razones para pensar en la desnudez total de nuestro Redentor en la Cruz, no carece de verosimilitud la escena que la piedad Cristiana ha reconstruido, suponiendo que la Virgen o cualquier otro de los presentes entregó un paño al desnudo Jesús para que se cubriera.

VII. CONCLUSIONES

    Resumiendo estas breves notas sobre la Cruz y crucifixión de Nuestro Señor, escogidas de autores especialistas, podemos sacar las siguientes conclusiones:
1. Jesús fue condenado a muerte por delito de rebeldía, es decir por revolucionario. Así era sancionado este delito por el Derecho Romano. Era pena propia de esclavos.
2. Era preámbulo frecuente de la crucifixión azotar al reo. De ordinario se hacía en el camino. Jesús sin embargo fue azotado en el pretorio de Pilatos.
3. La Cruz constaba de dos toscos maderos separados. El palo vertical era de unos tres metros. Estaba siempre fijo en el Calvario y probablemente había ya servido para otras ejecuciones, Jesús cargo solamente con el horizontal, que recibía el nombre de patíbulo.
4. Contra la general costumbre, en este camino del suplicio, Jesús llevó puestos vestidos.
5. Las manos de Jesús fueron clavadas en tierra al patíbulo e izado por medios de cuerdas hasta encajar este travesaño con la hendidura o mordaza del palo vertical. Una vez ya suspendido le fueron clavados los pies.
6. Por consiguiente, la tesis de que fue clavado en tierra es muy poco probable.
7. Es moralmente cierta la existencia del “sedile” que era un caballete o palo perpendicular al poste vertical, y que servía de asiento al crucificado.
8. Es también muy probable el “suppedaneum” o madera para apoyar los pies.
9. Jesús fue desnudado antes de ser puesto en la Cruz.
10. Sus manos y sus pies fueron clavados con toda certeza con sendos clavos.
11. La muerte de Jesús al cabo de solo tres horas de suplicio es milagrosa, ya que el padecimiento en la cruz era lento.


(El texto es trascrito de un artículo aparecido en una revista con fecha JULIO 1955. Fue escrito por el R. P. Francisco Arredondo.)

 

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