VIERNES
SANTO: PROCESIÓN DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO
El amanecer del Viernes Santo señala uno de los más solemnes y esplendorosos
momentos de la Semana Santa murciana. Es el instante en que la salida del sol
y la salida de la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno se convierten en
una misma cosa.
Antes, con las tenues primeras luces del alba, comienzan a llegar los primeros
nazarenos desde la ciudad y la huerta, para ocupar sus puestos en los tronos o
en las filas penitentes, puestos heredados de sus antepasados.
El claroscuro de la mañana comienza a vestir la Plaza de San Agustín con el
morado penitencial y pasionario, y las negras cruces de madera parecen cobrar
vida entre las nerviosas manos de los penitentes.
Un soplo de aire cargado de espiritualidad y nazarenía murciana sobrevuela la
abarrotada plaza y, mucho antes de que se abran las puertas de la privativa
iglesia, en el ánimo de las gentes se presagia la mezcla de artística belleza
y dolorosa pasión que se avecina.
Siguiendo la norma marcada por las Constituciones de la Cofradía, a las seis en punto de la mañana -según el horario solar- se deben abrir las puertas del templo. Y a esa bendita hora, con un chirriar de oxidados goznes, las grandes hojas de madera se abren de par en par, apareciendo en el dintel de la puerta el Pendón Mayor de la Cofradía.
La recién formada doble fila de penitentes comienza a dar sus primeros y aún
vacilantes pasos. Los nazarenos visten la sencilla túnica morada, con sus
rostros cubiertos por el antifaz de los capuces de punta redondeada, en forma
de haba, como se dice en Murcia. Muchos van descalzos y todos cargan sobre sus
hombros una, dos, tres, cuatro, cinco o hasta seis cruces de negra madera.
Y, de improviso, el lujo esplendoroso y deslumbrante del barroco murciano se
desborda por la plaza cuando, en la puerta asoma el paso de La Cena. La larga
mesa aparece cuajada de todo cuanto puede ofrecer la opulenta huerta murciana.
Frescas y verdes lechugas, brillantes manzanas, hermosas naranjas, limones en
forma de conejos, grandes racimos de blanca y tinta uva, rojos fresones,
peras, higos chumbos, miel, olorosas sandías y melones, dan digno marco al
imprescindible Cordero Pascual. Y todo ello presentado entre blancas y
bordadas mantelerías, riquísimas vajillas, cuberterías y candelabros de plata,
que enriquecen, aún más si cabe, la ubérrima Mesa del Señor.
Más penitentes y, a continuación, el milagro de La Oración del Huerto saluda a
la murciana y nazarena mañana, cuya luz parece dar vida a la madera
admirablemente tallada.
El alba ya ha pasado cuando la Oración del Huerto rodea la plaza y enfila el
viejo Carril de San Agustín. En Murcia ya es de día.
Hace casi dos horas que sonaron los primeros tambores y amargas bocinas de la
convocatoria, la "burla" como popularmente se le conoce.
La procesión ha continuado saliendo sin interrupción. El Prendimiento, Los
Azotes, La Verónica y La Caída ya están en las calles de la ciudad.
En este
momento todo cambia y el desfile parece cargarse de una intimidad y
religiosidad más acentuadas. El atormentado, pálido y angustiado rostro de
Nuestro Padre Jesús Nazareno estremece al público, y la venerada imagen,
llevada a hombros por descalzos mayordomos, parece caminar despaciosa y
acompasadamente sobre las cabezas de las gentes quienes, respetuosamente se
levantan de sus asientos y se santigüan reverentes al paso de Jesús.
Tras de Él viene el airoso y juvenil San Juan, el cual parece que "anda solo",
señalando el doloroso camino que sigue su Maestro.
Pero en la milagrosa y tradicional mañana de Viernes Santo aún falta por
realizarse un último milagro y cumplirse una última tradición. Falta por salir
la Dolorosa de Salzillo.
La imagen de la Virgen se encuentra detenida bajo el umbral de la puerta, y no
la traspasará hasta que un rayo del sol abrileño murciano no estampe, sobre su
entristecido rostro, la calidez de un emocionado beso.
Desde este mágico momento se puede decir que en Murcia ya es Viernes Santo.
A media mañana nos asomamos a la Plaza de Belluga, por donde la procesión
desfila lentamente. La plaza posee un singular encanto barroco, con el
imponente Palacio Episcopal en un lado, el glorioso retablo de piedra del
imafronte de la Catedral al fondo y la alta Torre asomando por detrás de los
tejados.
La procesión lleva varias horas en la calle, entre marchas pasionarias y los
amargos lamentos de la "burla".
En Belluga se congrega el público, admirado ante tal cúmulo de maravillas.
Contemplar el paso del desfile por la antigua plaza nos hace regresar en el
tiempo a los años del barroco dieciochesco, cuando la Cofradía de Jesús
alcanzó su máximo esplendor con las gloriosas imágenes de Salzillo.
A la luz del ya crecido día, las figuras salzillescas de Cristo, la policromía
de los Apóstoles, la crueldad de los sayones, el dolor de la Virgen y la
etérea belleza del Angel adquieren una nueva perspectiva bajo el fondo dorado
de la piedra catedralicia, y hasta las pétreas imágenes que pueblan la fachada
del imafronte parecen confundirse con la madera tallada por Salzillo.
A las doce del mediodía, la procesión avanza -doloridos los hombros y cansados
los pies- por la recoleta Plaza de las Agustinas, entre un maremagnum de
gentes que buscan ansiosos un hueco entre la multitud desde donde
contemplarla, bajo un sol de justicia que achicharra los viejos ladrillos del
Convento.
A un tiro de piedra ya de la Iglesia de Jesús, punto final de la procesión,
las estrechas calles de la antigua Arrixaca son el escenario por donde el
desfile avanza, cansado ya de tanto caminar por la ciudad desde el amanecer.
Los penitentes avanzan, doloridos los pies por la larga caminata y lacerados
los hombros por las, cada vez más pesadas cruces.
Para sostener los pasos y conducirlos a través de las angostas callejas
-recordatorio de la Murcia medieval- se hace necesaria una prudente sabiduría
nazarena.
Los estantes han de "hacer pie", levemente inclinados los cuerpos para "meter
el hombro" con firmeza.
Parece que, de un momento a otro los pesados tronos se van a venir al suelo.
Pero la reciedumbre de los nazarenos lo impide, quedándoles aún tiempo -a
pesar de la carga que los oprime- para ofrecer al público la dulce cortesía de
un caramelo.
En este punto y momento se produce una especial relación de intimidad entre el
público y la procesión. La estrechez de las calles provoca un acercamiento
impensable entre las gentes y las sagradas imágenes, produciéndose un
escalofrío interior al contemplar tan de cerca el sufrimiento de Jesús, la
gloriosa belleza del Angel y el angustiado dolor de la Virgen.
El Viernes Santo, a esta hora del mediodía es una explosión de luz y de sol,
de color y de cielo azul y limpio.
La Semana Santa murciana no alcanzará ya un lugar más alto.
Dedicado a todos los nazarenos que no han podido salir hoy en su procesión.
Dedicado a toda Murcia.
NazarenoColorao (escrito en el foro de Murcia Nazarena el 9/Abril/2004)
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